Eran las 15 horas de aquel memorable 25 de Mayo de 1810. La ceremonia fue ciertamente emotiva: los nueve miembros del flamante gobierno ingresaron al Cabildo por la puerta principal mientras eran vivados y aplaudidos por la multitud. Cornelio Judá Tadeo Saavedra, designado por el Cabildo para presidir a nuestro primer gobierno patrio, se arrodilló frente al estrado de la sala principal en la cual se habían desarrollado las deliberaciones históricas del Cabildo Abierto de Buenos Aires, y sobre el evangelio abierto puso la palma de su mano. A su vez, y a sus costados, Mariano Moreno y Juan José Paso (los secretarios de la Junta) pusieron las suyas en el hombro de Saavedra. Detrás de ellos hacían lo propio los vocales (Alberti, Azcuénaga, Belgrano, Castelli, Larrea y Matheu) apoyando sus manos sobre el hombro de quien tenían adelante. El juramento de asunción de nuestros primeros gobernantes estaba por prestarse. En ese mismo instante, desde el corazón de la ciudad de Buenos Aires, comenzaba a escribirse la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata o de la República Argentina.
A comienzos de 1810 la Argentina aún no tenía ese nombre. Nuestro actual país formaba parte de una unidad política mucho más extensa denominada Virreinato del Río de la Plata, que había sido creado en el año 1776 por el Rey Carlos III de España, albergaba a poco más de ocho millones de habitantes, tenía una extensión de aproximadamente cinco millones de kilómetros cuadrados y comprendía a los actuales Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay.
El 25 de mayo de ese año, en el histórico y emblemático hecho del cual hoy se cumplen doscientos once años, se produjo la emancipación de España, y pasamos a denominarnos Provincias Unidas del Río de la Plata, pero debieron transcurrir seis años más para que se declarara la independencia, y cuarenta y tres para lograr la organización nacional al amparo de una Constitución Nacional.
Recién en 1853, mediante la sanción de nuestra Carta Magna, la Argentina ingresó en el lote de los Estados de Derecho del mundo. A partir de entonces se suponía que sobrevendría un creciente y sostenido desarrollo de nuestras instituciones en el marco de la libertad, cuyos beneficios quisieron asegurar los constituyentes para ellos, para la posteridad y para todos los hombres del mundo que quisieran habitar nuestro suelo.
Y la Argentina fue ese imán para un mundo que veía en estas tierras un lugar promisorio para desarrollarse. Sin embargo, entre 1930 y 1983, debimos soportar seis golpes de Estado y vivir durante veintidos años a la sombra de regímenes de facto que devastaron a la democracia y a la república como sistemas de gobierno.
En 1983 la democracia fue recuperada, y desde entonces lleva casi cuarenta años desarrollándose; pero la Argentina aún no ha logrado consolidar su “república”, porque el funcionamiento de nuestras instituciones continúa siendo deficiente.
En el año 1994 la Constitución Nacional fue víctima de una reforma que debilitó su vocación republicana, porque le facilitó al presidente de la Nación la facultad de ejercer potestades del Congreso a través de los nefastos decretos de necesidad y urgencia; porque facultó al Congreso a delegar sus atribuciones en aquel, dando legalidad a la delegación legislativa o concesión de facultades extraordinarias (que nosotros denominamos “superpoderes”), y porque permitió el ingreso de la corporación política en el Poder Judicial (de la mano del Consejo de la Magistratura).
Y como si todo esto fuera poco, llegamos a este nuevo aniversario del nacimiento de un gobierno propio, en el contexto de una pandemia que asuela al mundo, y de una gestión gubernativa que está a la deriva, en la que no se sabe bien si el poder lo ejerce el Presidente o la Vicepresidenta, y que considera que la emergencia sanitaria es argumento suficiente para gestionar por fuera del andarivel constitucional, para esquivar el estricto cumplimiento del ordenamiento jurídico, para poner derecho “patas para arriba” y para suspender la vigencia del sistema republicano de gobierno previsto en la Ley Fundamental.
Si dejamos de lado los veintidós “25 de mayo” que hemos vivido durante gestiones de facto, el actual es tal vez el más triste institucional y socialmente hablando. Sin embargo, que este triste aniversario de nuestra nacionalidad, no nos impida proyectar y prever un futuro mejor en lo que se refiere al cabal funcionamiento de nuestras instituciones republicanas, cuyo funcionamiento está claramente encuadrado en los término de la Constitucional, cuya sanción también ocurrió en un mes de mayo, pero de 1853.
Que el día de hoy sirva para pensarlo, para proponérnoslo como sociedad, y para no dejar a nuestros hijos la idea de que la única salida a nuestros desvelos está en Ezeiza.
Félix V. Lonigro es Abogado Constitucionalista y profesor de Derecho Constitucional (UBA)
El autor es abogado. Profesor de Derecho Constitucional (UBA). Su último libro es "Claves para la Educación Cívica de los Argentinos" editado por Planeta.